Isabel Ciudad Gil
Despiertas temprano una mañana cualquiera y como cada mañana cualquiera sales a la calle con prisas, mirando la hora del reloj o las últimas notificaciones del móvil. Agachas la mirada seguro de encontrar más vida en una pantalla que en la transitada Gran Vía. Avanzas decidido a perderte entre la multitud de una ciudad ajena que a veces parece hasta deshumanizada. Miras de reojo el semáforo esperando que te de permiso para continuar caminado y te dispones a pisar uno de los muchos pasos de peatones que adornan el asfalto, como cualquier mañana. Pero hoy no es cualquier mañana. Agachas de nuevo la mirada y, de repente, el suelo escupe poesía.
Despiertas temprano una mañana cualquiera y como cada mañana cualquiera sales a la calle con prisas, mirando la hora del reloj o las últimas notificaciones del móvil. Agachas la mirada seguro de encontrar más vida en una pantalla que en la transitada Gran Vía. Avanzas decidido a perderte entre la multitud de una ciudad ajena que a veces parece hasta deshumanizada. Miras de reojo el semáforo esperando que te de permiso para continuar caminado y te dispones a pisar uno de los muchos pasos de peatones que adornan el asfalto, como cualquier mañana. Pero hoy no es cualquier mañana. Agachas de nuevo la mirada y, de repente, el suelo escupe poesía.
Sucedió el pasado mes de octubre en el Barrio de Malasaña, Madrid. Los pasos de peatones amanecían con versos que atraían las miradas de los transeúntes. "Un acto de amor de artistas y poetas por nuestro querido Madrid", lo definían los propios artífices.
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